El fin de semana en el que se anunció la declaración del estado de alarma, los establecimientos de distribución alimentaria de España comenzaron una adaptación física, tan forzosa como vertiginosa, que ha borrado de un plumazo todos los discursos sobre la experiencia de compra y los ha sustituido por la experiencia del temor. La tienda se percibe ahora como un posible foco de infecciones y desde el primer el día la distribución ha asumido que la seguridad en la salud de los trabajadores y la plantilla no es negociable, es la demanda básica del cliente de este tiempo.