De la historia del desarrollo de la Telemedicina podemos extraer, entre otras, dos conclusiones en cuanto a su evolución. En primer lugar, desde el principio se vio la necesidad y los beneficios que podía aportar a la atención sanitaria y, en segundo lugar, sus mayores avances han corrido paralelos a los de la tecnología.
A modo de anécdota, un ejemplo de lo primero lo podemos encontrar en la revista ‘La Electricidad’, donde en el año 1890 se describía brevemente el estetoteléfono o estetófono, desarrollado por Mr. Lowth, de Chicago, del que se dice que “(...) se pueden distinguir los diversos ruidos que sirven de base en la auscultación, a distancias de más de 600 millas (...)” y que “fácilmente se comprenderán los útiles servicios que puede prestar a la medicina la auscultación a distancia, posible desde hoy con el mencionado aparato”.
Para constatar lo segundo basta con repasar las diferentes etapas que la Telemedicina ha recorrido en los últimos años, donde la confluencia de desarrollos tecnológicos permitía la aparición de nuevas soluciones.
En concreto, la llamada primera era de la Telemedicina se caracterizaba por el desarrollo de experiencias piloto aisladas, que principalmente buscaban demostrar que la tecnología servía para diferentes actos médicos. Por ejemplo, las líneas RDSI, junto con la aparición de monitores y digitalizadores específicos para radiología (y posteriormente la radiología digital), contribuyeron al desarrollo de la telerradiología que hoy en día está plenamente integrada en los sistemas de salud. Posteriormente, la aparición de redes de comunicaciones de banda ancha, que abrían la puerta a la transmisión de vídeo en tiempo real, permitió sesiones de especialidades como telesiquiatría.
La segunda era, que se inició durante la década de los 90 del siglo XX, se caracterizó porque las actuaciones empezaron a abandonar el escenario puramente sanitario para intentar llevar los servicios al entorno del paciente, tanto en su domicilio, como en su lugar de trabajo o de ocio. Este cambio de paradigma, se apoyó en nuevos avances tecnológicos: las redes de banda ancha en el hogar, el desarrollo de sensores y, en último término, la telefonía móvil digital. Gracias a ellos, se desarrollaron nuevas herramientas, como la telemonitorización. Los objetivos en esta segunda era ya no consistían en poner a disposición del profesional la información que necesitase para desarrollar su labor asistencial allá donde se encontrase, sino que se ponía el foco en objetivos “menos tecnológicos y más asistenciales”: mejorar la calidad de vida del paciente, evitar reingresos, demostrar que los nuevos servicios son económicamente más eficientes, etc.