Ya hace unos años que vengo explicando cómo estamos proponiendo mejorar el diseño arquitectónico de las residencias asistidas para mayores para poder aplicar de la forma más eficaz posible la atención centrada en la persona. Tanto yo como otros profesionales de la arquitectura y de otras muchas disciplinas hemos hablado de la necesidad de distribuir las residencias en unidades de convivencia lo más pequeñas posibles para que las personas mayores puedan recibir la atención que necesitan manteniendo una manera de vivir personal, íntima y, en el fondo, como ellos quieran, por decisión propia.
Nos hemos preocupado de saber cómo son las personas mayores, qué sienten las personas que padecen demencia y qué necesidades tienen para poder proponer espacios que les permitan desarrollar sus objetivos y necesidades de la forma más plena posible. Hemos rechazado el diseño institucional de muchas residencias actuales para entrar en modelos más cercanos a las viviendas de cada uno de nosotros, procurando que los tamaños de los espacios sean fácilmente reconocibles por todas las personas que deban vivir en ellos.
Pero ahora resulta que estamos delante de una pandemia motivada por el Covid-19, un terrible virus con una capacidad de contagio no conocida hasta ahora que mantienen a millones de personas confinadas en sus casas y que ataca de una forma mucho más grave a las personas mayores por la debilidad de su sistema inmunológico.
Este reto de gigantes proporciones que tiene la humanidad en su conjunto nos obliga a pensar de nuevo qué debemos hacer en relación con el diseño arquitectónico de las residencias para que se obtenga una protección como la que se consigue con el confinamiento total de la población. Nunca habíamos tenido que pensar en estos términos porque nunca, en la época moderna como la que vivimos, nos habíamos encontrado en estas circunstancias.
En estos años he visitado muchas residencias en diferentes países donde el gasto en la atención de los mayores es muchísimo mayor que en nuestro país. Hemos visto como son sus residencias, pero en todos ellos el coste de la plaza es más del doble y en algunos países nórdicos hasta 3 y 4 veces lo que se paga en nuestro país por una plaza.
Desgraciadamente, el Covid-19 nos da la razón una vez más en que las residencias asistidas para mayores deben estar distribuidas en unidades de convivencia lo más pequeñas posible, lo más cercanas estéticamente a una vivienda, y no solo porque sabemos que es la mejor manera para atender a nuestros mayores, sino porque, además, esos espacios con menos personas permiten el confinamiento de la forma más individualizada y segura posible, porque a menos personas juntas, menos posibilidad de contagio.
Creo que el futuro requiere que la atención a los mayores tenga un presupuesto acorde con la necesidad real que tienen y que esté más cercano a la sanidad y la educación. Esto nos permitiría diseñar residencias con unidades de convivencia pequeñas e independientes y disponer del personal adecuado para cada una de ellas. Residencias a las que nuestros mayores querrán ir para cubrir una nueva etapa de su vida.